Viacrucis
¿En qué mundo vivimos? Cada persona es un mundo distinto.
La educación que hemos recibido, la gente con la que nos hemos relacionado, los
sitios que hemos visto, los lugares de los que nos han hablado… Somos todos
diferentes (o especiales, según como se mire) y nos creamos objetivos
distintos.
Dietrich
Brüggemann nos adentra en el mundo de Maria, una joven de
14 años que pertenece a la hermandad religiosa de San Pío X. Se trata de un
mundo turbulento, de cambios, de contradicciones, de deseos, de pecados… Vemos
a una joven reprimida bajo unos dictámenes fanáticos e incluso absurdos.
Nosotros, como espectadores que somos, los vemos de esta manera. ¿Pero Maria lo
ve así? Se trata de su mundo, de lo que siempre ha conocido. Sería normal ver
en ella una actitud dócil frente a este mundo. Sin embargo no puedo evitar
pensar lo contrario.
Su malestar y miedo constante ante lo que haga o diga su
madre al respecto de todo lo que ella puede hacer, son indicios de que
realmente sabe que sus propios pensamientos no son tan fieles como puede hacer
ver.
Camino
de la Cruz se presenta en forma de 14 capítulos a los
cuales se les atribuye un solo plano a cada uno. Un plano que es como una
ventana que nos deja entrever lo que pasa dentro de este mundo. Observamos
cuadros en los cuales sus personajes se van moviendo. ¿Quita eso naturalidad?
Esta idea podría hacer caer la película en un tratamiento más frío e
indiferente del espectador hacia los actores y la historia en sí. La película
no está tratando un tema que sea natural de por sí. Personalmente pienso que el
fanatismo religioso no deja de ser una mal interpretación de la vida, una
exageración de las escrituras y de los hechos pasados, un tratamiento
irrespetuoso de la religión en sí. Creo que este formato en el cual se presenta
la película da un cierto orden a los acontecimientos y devuelve la naturalidad
que se ha quitado con el contenido de la película. Cada capítulo tiene el
nombre de una de las etapas del viacrucis de Jesucristo. Camino de la Cruz es el
camino de Maria, su propio viacrucis. Estos 14 planos estáticos que forman la
película (salvo dos travellings) nos indican la frialdad con la que se ha
tratado el tema. Brüggemann no busca empatizar con el espectador, quiere hacernos
ver la crudeza de este camino por el que anda Maria para que seamos conscientes
de la incoherencia y absurdidad de las ideas tratadas en la historia.
¿Se puede ser feliz en un mundo en el que no se te permite
serlo de la manera en la que tú quieres? El deseo de encontrarse con el mayor
objetivo que se le ha impuesto nunca y hacer todo lo posible para conseguirlo
es la única meta que hay. El encuentro con Dios no es más que una excusa para
referirse al encuentro con el amor. Un amor inmaterial, irracional e incluso
romántico. El desear la muerte para ayudar a los demás es tan solo una excusa
para tratar la huida hacia un mundo más puro e inalcanzable. En este aspecto he
encontrado una relación con la poesía mística del siglo XVI, en concreto con San
Juan de la Cruz:
“En
la noche dichosa
en
secreto, que nadie me veía,
ni
yo miraba cosa,
sin
otra luz y guía
sino
la que en el corazón ardía.
Ésta
me guiaba
más
cierto que la luz del mediodía,
adonde
me esperaba
quien
yo bien me sabía,
en
parte donde nadie parecía.”
Aunque cada persona
sea un mundo, un mundo distinto como el de Maria, seguimos siendo todos
humanos. Tratamos los mismos temas y tenemos las mismas inquietudes.
Simplemente tenemos formas distintas de encontrar la solución, el camino. Maria
ha decidido seguir el Camino de la Cruz.
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