domingo, 26 de enero de 2014

Domingo de cuentos: no quiero volar.

Querido diario, hoy es el día. El día más importante de mi vida. El decisivo... No. En realidad prefiero dormir. Prefiero que aún sea ayer.

Todo el mundo habla de este día como el más maravilloso. <<¡ Es increíble! ¡Emocionante...!>> . Sinceramente, no le veo ninguna gracia a eso de tirarse de un árbol, abrir las alas e intentar hacer algo tan inútil como volar. Por favor... ¿Quién quiere volar? Con lo fácil que es que te lo lleven todo a casa.

Esta última semana lo he estado pensando bien. Yo... la verdad, eso de volar y jugar con el viento... no se, no lo veo muy normal. Entiendo que pueda hacer gracia pero... bueno eso, que es infantil. Además, te puedes desorientar. ¿Si o no? Entre que juegas con el viento y vas volando en línea recta, al final te debes perder digo yo. Con lo poco atenta que soy...

Mi hermano en cambio eso de los deportes de riesgo le gusta bastante. Si es que no tiene cerebro. Yo si, seguramente por eso temo por mi vida. Ha estado todo este mes musculando sus brazos, o eso dice él. Y también hacia una especie de baile raro con la cabeza y la patas... lo que digo yo, no tiene cerebro.

Dios... es mi turno. Querido diario, no quiero tirarme del árbol. Bueno, que vamos a hacerle. Si muero le dejo mi colección de libros a Pollito, mi hermano. Que al menos se cultive un poco.




domingo, 19 de enero de 2014

Domingo de cuentos

Era un día gris y lluvioso, similar al de hoy. El paisaje estaba inundado de una luz blanca, cegadora... casi insoportable. No había ruido alguno. Ni un coche, ni un perro, ni un pájaro, ni un avión, ni un tren. Nada.

Me levanté de la cama. En realidad no quería levantarme, pero tenía que hacerlo. Aunque si lo pienso bien... no tenía porque hacerlo, no había nadie en casa, era domingo, hacía frío... Que tonta. Claro que tenía que levantarme. Tenía que desayunar, vestirme, hacer deberes, comer, salir con algunos amigos, cenar, acostarme. Si Nietzsche viviera me trataría de cobarde y débil, de conformista, de gregaria. Me diría: sigue tus propios valores, no seas una simple oveja del rebaño, un camello...

Supongo que de alguna forma Nietzsche se las arregló para introducirse en mi diminuto cerebro y taladrarme con sus teorías, porque no fui a desayunar. En realidad me quedé mirando por la ventana. Miré el lago que hay a pocos metros de mi jardín y me quedé embobada. El agua, cristalina y pacífica, me suplicaba a gritos que fuera a reunirme con ella. Sí, me suplicaba a gritos. Hasta ahora no estaba tan loca como para imaginarme que el agua me hablaba a mi, a gritos. Supongo que Nietzsche es el culpable.

Hipnotizada salí fuera. Con el pijama y sin zapatos empecé a andar sobre la hierba húmeda. Llovía poco, pero por lo poco que llovía no tardé en empaparme. Cuando llegué al embarcadero me senté. Contemplé aquel paisaje arrebatador. Tenía la sensación de estar en una fotografía, como en otro mundo.

Puse mis pies dentro del agua. Estaba caliente. Y como si fuera una droga, quise más. Me sumergí en ella.
Cerré los ojos y deje que el lago me acariciara, dejé que me envolviera con sus cálidos brazos, que me besara.

Ante tanta belleza, ante tanta paz, ante tanto bienestar... solo pude decir una cosa: Te quiero Nietzsche.